Trabajando con los Movimientos de Henri Thomasson
Si quieres interiorizar, debes encontrar la postura física adecuada; de lo contrario no podrás mantener el esfuerzo durante mucho tiempo. Esto sólo es posible cuando todas las partes del cuerpo están relajadas y centradas en un mismo eje. La columna vertical mantiene la cabeza y los órganos internos en una sola línea conectada con el centro atractor de la tierra. De esta manera, en vez de dispersar la atención entre las distintas extremidades y órganos de percepción, podemos concentrarla en un solo lugar. Lo que antes era una sensación de consciencia tosca, fragmentada y a menudo ilusoria, se convierte en una vibración central de gran sensibilidad que podría llamarse «sensación de uno mismo».
En esta postura se puede alcanzar un nivel de atención muy especial que conlleva una sensación distinta de las dos naturalezas del ser humano: la relativa al mundo externo y la que nace de la misteriosa fuente de la vida.
Todos los procesos físicos que tienen lugar en lo cotidiano pertenecen a la primera naturaleza. Una vez que reconocemos la facilidad con la que nos caemos del estado de atención despierta al funcionamiento habitual de nuestros pensamientos y nos dejamos invadir por toda la gama de nuestras alegrías y sufrimientos cotidianos, tenemos una clara indicación del sabor y la calidad del mundo inferior.
Cuando pensamientos e imaginación se desvanecen y sólo las vibraciones del cuerpo vivo son el centro de atención, el otro mundo se vuelve accesible. Aquí, todos los motivos habituales de deseo y curiosidad se vuelven completamente irreales y surge un nuevo tipo de pensamiento, liberado de la forma y compuesto de una energía pura pero muy frágil.
Es posible pertenecer a ambos mundos a la vez, pero para ello debe establecerse una nueva relación entre ellos y debe revertirse el estado actual de las cosas, donde lo externo lo apropia todo. La naturaleza inferior debe estar al servicio de la superior, pues un elemento pasivo siempre puede estar subordinado a uno activo.
A pesar de todo este conocimiento teórico, al principio yo mismo experimenté un fuerte rechazo a los ejercicios, siempre llamados «los Movimientos», que Gurdjieff insistía en incluir como parte esencial de su enseñanza.
Siempre que veía a un grupo de alumnos practicando estas gimnasias, como yo las llamaba, tenía la fuerte impresión de que se trataba de una forma de trabajo secundaria, muy útil para ayudar a quienes tenían limitaciones intelectuales. Era natural que estas personas se entusiasmaran con lo que hacían, pero yo, sin duda, pertenecía a una categoría diferente de aprendiz.
Esta impresión perduró mucho tiempo, incluso después de superar mi rechazo y comenzar a practicar. Necesité una práctica prolongada y atenta antes de que mi cuerpo pudiera escapar, aunque fuera un poco, de las inhibiciones que le imponían otras partes de mí y percibir el poder de estos ejercicios y danzas. Sólo en esos momentos me era posible realizar los movimientos requeridos de una manera que pudiera considerar relativamente satisfactoria.
Necesité más tiempo aún para experimenta de manera concreta y física la extraña alquimia que operaba con los “movimientos”, abriendo canales de energía completamente desconocidos, rompiendo barreras y suavizando los surcos por los que mi energía solía fluir.
Comencé a comprender la naturaleza multifacética de estos movimientos. A primera vista, parecen sólo ejercicios de atención, pero también pueden considerarse un lenguaje en el sentido de que, mediante gestos simbólicos y otros signos, posturas y desplazamientos, expresan leyes cósmicas difíciles de percibir a través de nuestros sentidos ordinarios y que, por el momento, siguen estando más allá del alcance de nuestra comprensión. Algunos movimientos parecen ofrecer con bastante claridad un medio de transmisión de un conocimiento inaccesible a la razón humana, hacia sus niveles superiores, y en virtud de una especie de alquimia cuyos efectos el individuo experimenta en sí, también proporcionan vislumbres del camino que le permite avanzar en esa dirección.
Al principio, el único problema que surge al trabajar los movimientos es establecer la postura correcta y la sucesión de gestos y desplazamientos que la acompañan. En esta etapa, la atención debe centrarse en las partes del cuerpo que deben realizar los diversos movimientos, ya sea simultáneamente o en rápida sucesión. Esto ya es bastante difícil, pero pronto se requiere otro esfuerzo: dirigir la atención más refinada posible hacia la sensación de uno mismo como un todo. Durante mucho tiempo, abordar esta exigencia adicional no puede sino ser muy torpe. Sin embargo, la doble atención a veces aparece, trayendo consigo una fugaz sensación de libertad que, por breve que sea, es tan inolvidable que se anhela de nuevo.
Una vez que este tipo de trabajo comienza a ser posible, los movimientos ya no se controlan únicamente por referencia a una imagen mental, sino que dependen de la profunda sensación de uno mismo que surge de este nivel de atención más activo. Ahora se puede decir que el movimiento se realiza a través de mí, y no por mí. Esto lo cambia todo.
Por mucho que uno desee realizar un movimiento únicamente por referencia a una imagen mental, nunca tendrá éxito, ya que la mente no es lo suficientemente ágil para controlar el instrumento que debe producir la actividad física requerida, y el cuerpo se ve inhibido en su intento de satisfacer una demanda a la que no está acostumbrado. Los movimientos realizados de esta manera no serán ni precisos ni puntuales. Ante esto, surge la emoción y lo confunde todo. La actividad permanece en un nivel bastante ordinario y las contracciones habituales de la vida cotidiana siguen siendo barreras para el flujo correcto de energía, que comienza a fluir en todas direcciones de forma incontrolada, lo cual es una de las principales causas de la habitual falta de contacto del hombre con su propio cuerpo.
Cuando la atención se dispersa de esta manera, los movimientos no se pueden realizar en absoluto o, en el mejor de los casos, son meros ejercicios de gimnasia. Sin embargo, si se mantiene cierta atención interna, la energía fluye por el cuerpo como debe, utilizando los canales naturales existentes para ello. Esto genera una sensación de claridad interior y permite realizar movimientos con facilidad y libertad, gracias en parte a la velocidad de los movimientos, que a veces parece ir más allá de los límites de lo que el cuerpo puede permitir, y en parte a la apertura de contactos internos que surgen del flujo de energía modificado.
Desconectarse de la interferencia de la cabeza permite una nueva libertad de pensamiento y un mejor control de los gestos ayudando a mantener la atención en uno mismo. La diferente calidad de la actividad física que se posibilita entonces, conduce a su vez a un funcionamiento más positivo de las emociones. Así, por un momento, se experimenta la colaboración entre los tres centros a un nivel que se percibe como único para todos ellos. Por cierto, esta experiencia permite estar en contacto con la energía específica de cada centro y ser consciente de los hábitos y circunvoluciones mentales y físicas de todo tipo que constituyen la base de toda actividad interna y externa.
Este equilibrio, sin embargo, sólo existe bajo la amenaza de la insidiosa mecanicidad que siempre está ahí, esperando a tomar el control. En cuanto la actividad se vuelve automática, es decir, en cuanto se siente un movimiento como conocido, los sueños se abren paso y el nivel de atención necesario deja de mantenerse. Entonces, o bien toda la atención se absorbe en mantener una sensación de uno mismo, o bien el placer del flujo fácil y armonioso del movimiento nos ocupa por completo: el movimiento pierde su verdadera dirección y debe detenerse de inmediato. Debe sustituirse por un ejercicio diferente para activar la atención de nuevo y restaurarla al nivel requerido. Este abandono categórico de un movimiento cuando la actitud interna falla es una de las experiencias más desconcertantes que el principiante debe aceptar.
Con el paso del tiempo, los movimientos reviven en nosotros partes que antes existían más allá de nuestra percepción ordinaria. Un nuevo mundo, bañado por la extraña sensación de presencia interior que evocan los ejercicios, reemplaza la niebla en la que se encuentran nuestras actividades mentales habituales, lo que puede traer consigo un sentimiento trascendental.
¿Qué son exactamente estos movimientos? Esta pregunta solo puede responderse mediante la experiencia directa de la práctica de los movimientos. Sin embargo, se puede afirmar con mucha precisión que conducen a la consecución y al mantenimiento de un estado de despertar. Nos conformaríamos con la sensación de vida interior que acompaña a este estado, pero la pregunta permanece viva en nosotros y nos lleva hacia aspectos menos perceptibles de inmediato. Sentimos que debemos buscar más. La sensación de vida interior que surge del trabajo de atención y de la relajación, así como de las combinaciones ordenadas de gestos y posturas, nos proporciona un nuevo contacto con el cuerpo y trae consigo una sensación de ligereza y fluidez que no es completamente física. Parece que el cuerpo es el instrumento de una nueva fuente de vida. Se vuelve disponible y encuentra en este acto de servicio libertad y alegría de estar aquí como un todo, en un estado de relativa presencia consigo mismo.
Ahora vemos la posibilidad de convertirnos en instrumentos más sutiles y de abrir canales para esas otras influencias superiores que siempre fluyen a través de nosotros, aunque normalmente pasen desapercibidas. Una vez que éstas se hacen perceptibles, pueden utilizarse para alimentar nuestras partes superiores y proseguir la búsqueda. Por ello, los movimientos pueden, en el verdadero sentido de la palabra, llamarse «danzas sagradas», pues proporcionan un vínculo entre el nivel de la vida cotidiana y ese nivel superior que se siente como medio de entrar en contacto con lo divino.
El extraño poder de los movimientos para materializar fuerzas de un orden superior no sólo lo experimentan quienes actúan como vehículos de las mismas. El despliegue de estos glifos pone en juego relaciones internas especiales, perfectamente visibles, que ofrecen una evidencia perceptible de que los intérpretes son portadores de fuerzas inherentes a los propios movimientos y están cargados de una influencia cuyos efectos pueden ser percibidos por los espectadores. Una clase de movimientos que se ha practicado en conjunto durante mucho tiempo irradia una sustancia cuya realidad, por sutil que sea, puede percibirse internamente de la misma manera que el color y el sonido son percibidos por nuestros instrumentos de percepción ordinarios.
Así pues, para quien practica los movimientos, éstos se convierten en una búsqueda de los medios para vivirlos realmente y del poder que otorgan al ser vividos de esta manera. En este nivel, conducen a la consecución de ese mundo al que la oración y la meditación conducen por otras vías, pero que, en este camino, incluye y utiliza el aparato humano en su totalidad.
The Pursuit of the Present, Two Rivers Press, 1980, pp. 53–58. Este libro recoge el lúcido trabajo de Henri Thomasson durante dos décadas en los grupos de Gurdjieff en París.
