Se dice que Shiva otorgó existencia al mundo a través de la danza y el Talmud afirma que la función principal de los ángeles es bailar, haciendo de la danza de los humanos una expresión de agradecimiento por la renovación y la fecundidad. Los lamas sherpa de Nepal bailan para equilibrar lo mundano con lo divino, y en Zambia, la danza sirve para mediar entre la infancia y la edad adulta. Entre los dogones, ésta restablece el orden en el momento de la muerte. Los giros propiamente dichos y los movimientos en círculo, aparecen en las danzas rituales sufíes, cristianas primitivas y budistas, simbolizando la relación entre el nivel del bailarín y otros niveles internos y superiores de energía y conciencia.
Los procesos descritos por estas danzas –creación, renovación, equilibrio, mediación, orden– se expresan en la enseñanza de Gurdjieff como leyes. En Relatos de Belcebú, se refiere a ellas como las leyes de la creación y del mantenimiento del mundo: “Triamazikamno” y “Heptaparaparshinokh”.
Estos procesos divinos, gobernados por la ley, son también movimiento, que puede ser sólo parcialmente comprendido por la mente, puede ser sentido sólo de manera limitada por el corazón y realizado sólo de manera incompleta por el cuerpo. Los centros –solos y separados– son incapaces de participar en estos procesos, son incapaces de entrar en la danza por sí mismos. Pero cuando las tres partes se unen, hay una posibilidad completamente nueva. La enseñanza de Gurdjieff muestra el camino hacia esa unificación.
Los hombres y mujeres que trabajaron en el “Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre” de Gurdjieff eran personas con profundas preguntas sobre el sentido y el significado de sus vidas. En el Instituto, estas cuestiones adquirían na nueva amplitud a través de su participación en tareas prácticas, ejercicios y “gimnasias sagradas”, todo ello bajo la atenta mirada de Gurdjieff. En estas condiciones enrarecidas, empezaron a descubrir un tipo de atención que antes no conocían, una atención que emanaba simultáneamente de la mente, el cuerpo y el sentimiento.
Como hemos oído de quienes estaban con él, Gurdjieff daba a cada persona con precisión lo que le era apropiado según su tipo y necesidad esencial. Podía tratar a alguien con ternura y compasión en un momento, gritarle en otro y, en un tercero, mirarlo sin pronunciar una palabra. En cada caso, la persona recibía exactamente el impacto necesario para ver cómo y qué era en ese preciso momento.
Gurdjieff se movía por el mundo y por las vidas de sus alumnos, su atención sintonizada tanto con el panorama general como con el más mínimo detalle. Como un bailarín, aparecía en muchas formas diferentes y actuaba en una variedad de ritmos: investigador, observador, escritor, compositor, chef de cocina, líder de expediciones. Cada evento fue una exposición del proceso sagrado y del potencial humano para participar en el mismo, un trabajo de coreografía inspirada realizado por este hombre que se autodenominaba “simplemente un Maestro de Danza’”.
Imagen: Marina Mirra
Traducción: Blanca de la Vega
