Durante las clases entran en juego multitud de factores, la mayoría de los cuales se nos escapan. Me gusta entrar en los Movimientos desde una entrega al misterio, no sabemos a dónde vamos a llegar ni por qué lugares transitaremos, pero podemos percibir una fuerza conductora en la que confiar nuestro proceso.
Comenzamos con una meditación que nos permite encontrarnos a nosotras mismas en el cuerpo, centrarnos y acogernos en el instante preciso tal como somos, tal como estamos.
El aprendizaje de los Movimientos ocupa la mayor parte del tiempo; requieren atención, vigilancia, cuidado, respeto, silencio y quietud interna. La riqueza que ofrecen es difícil de definir, escapa completamente al lenguaje ordinario.
Podemos decir que a través de ellos comenzamos un proceso de conocimiento de sí que nos lleva por un lado a ver nuestro círculo de automatismos, y por otro, a despertar una conciencia de un orden distinto al habitual. Gracias a su práctica descubrimos una nueva posibilidad de pensamiento, de emoción y de acción.
Podemos afirmar que la unión de la mente con el cuerpo es la base fundamental sobre la que se asienta esta práctica. Nos ubicamos en el aquí y en el ahora anclando la mente en las sensaciones físicas. De esta calidad de presencia emana un gozo que nos anima a explorar aquellos movimientos internos más sutiles que dan origen a los posiciones visibles.
No es imprescindible tener aptitudes especiales para la danza, todo lo que se necesita son ganas de conocerse a sí mismo y de vivir una vida más auténtica y honesta. Vas a ver que ofrecen un gran número de posibilidades de acuerdo con el momento.
Son clases abiertas a todas las personas que quieren estudiar el lugar que ocupa el cuerpo en su trabajo interno de transformación.